Así fue que cuando el 1º de setiembre de 1904 en la batalla de Masoller (Rivera) Aparicio Saravia resultó herido por una bala de máuser en el abdomen, retirándolo rápidamente sus compañeros a una estancia del lado brasileño, a unos treinta km del lugar de la batalla mencionada, fue asistido durante los diez días que transcurrieron desde su lesión hasta su muerte, por médicos blancos encabezados por el Dr. Arturo Lussich.
En determinado momento, éste pidió en consulta la opinión del Dr. Luis P. Mondino, cirujano de las fuerzas contrarias. Cuando Mondino refirió al coronel que encabezaba la columna, autorización para acudir a la consulta que le había solicitado su colega, y a la que se sentía obligado por razones éticas, el militar le indicó que viajara solo, sin custodia, porque no le podía proporcionar tal resguardo para ir a campo enemigo. Así fue que Mondino viajó solo en una volanta y asistió al enfermo, evacuando la consulta de su colega. A su retorno, el jefe militar le preguntó cómo estaba el general, y Mondino le respondió que estaba muy grave y que irremediablemente iba a morir. En aquel tiempo las heridas de bala abdominales no se intervenían quirúrgicamente todavía.
Pero como consecuencia del fin de la guerra, Alfonso Lamas fue destituido de su cargo de Profesor de Clínica Quirúrgica por el presidente Batlle y Ordóñez, por su actuación durante la Revolución. Y ahí fueron los médicos del Hospital de Caridad, encabezados por el Prof. Dr. Alfredo Navarro, destacado cirujano que dirigía la otra clínica quirúrgica de la Facultad de Medicina y de simpatía colorada, que intervinieron influyendo en el presidente para que Lamas fuera restituido, lo que así aconteció.
En la misma revolución, el Prof. Juan B. Morelli, que también había intervenido en el Cuerpo Sanitario del ejército nacionalista, fue encarcelado en la Isla de Flores por orden del presidente Batlle y Ordóñez. Pasada la efervescencia revolucionaria y dejado en libertad, retomó sus actividades clínicas, siendo el que décadas más tarde estaría llamado a ser el primer profesor de Tisiología.
Cuando José Batlle y Ordóñez en 1911, durante su segunda presidencia, debió afrontar la tuberculosis pulmonar de su hija adolescente Ana Amalia, y viendo que los tratamientos instituidos no ofrecían resultados, por consejo del Prof. Dr. Américo Ricaldoni, también de simpatía colorada, acudió Batlle a buscar los servicios del Dr. Juan B. Morelli. Así se presentó en su consultorio y le dijo: “Vengo a ver al médico”. Y Morelli le respondió: “El médico y el hombre están a su disposición”. Así fueron en la carroza presidencial hasta la quinta de Batlle en Piedras Blancas, sentado uno junto al otro, sin que se dirigieran la palabra en todo el trayecto. Morelli instituyó el tratamiento con el aparato de Forlanini, cuyo cuidado estuvo a cargo del cirujano Dr. Alberto Mañé Algorta. Finalmente, Ana Amalia falleció como consecuencia de la evolución irreversible de su enfermedad.
Pero estas anécdotas revelan el grado de tolerancia y fraternidad que reinaba entre los médicos y profesores de la Facultad de Medicina de la época, que a pesar de las rivalidades propias del ejercicio profesional, compitiendo duramente en la ciudad por la atención de los pacientes particulares, eran sin embargo testigos de una actitud tan noble, muestra de una conducta ética y ciudadana destacables. No cabe duda que en este campo el Hospital de Caridad, hoy Hospital Maciel, fue un auténtico crisol de tolerancia y fraternidad.